Bueno, este es mi primer cuento subido y para empezar voy a subir el primer capítulo de la pequeña novela que estoy escribiendo (experimento 59). Este primer capítulo tiene fallos de escritura, para que engañaros, pero los capítulos siguientes estoy corrigiendo tales fallos. También me gustaría deciros que gracias al final de este cuento gané un premio de micro relatos. Que lo disfrutéis.
Volvía del instituto por el manchón de al lado de mi casa. Había
adelantado a Manu y a Nono. Cuando estaba a mitad de camino, entre asfalto y
asfalto, empecé a escuchar ruidos bastante extraños y siniestros y un olor que predominaba
sobre el típico de excrementos de perros de aquella zona. Movido por la
curiosidad abandoné el estrecho sendero. Cuanto más me acercaba a la fuente del
olor menos se escuchaban las alegres conversaciones y bromas de los estudiantes
que regresaban a casa después de una larga mañana de trabajo, y más alto e
intransitable se hacía el follaje. Me habría paso a trancas y barrancas
llenándome de arañones las zonas de la piel que no estaban protegidas por la
ropa, mirando al suelo con cuidado de no pisar en mal sitio o sobre algo que
estuviera vivo. Y menos mal, ya que, cuando estaba a cinco pasos de donde
parecía que procedían los ruidos y el hedor (una casa abandonada que pensaba
que estaba destruida), encontré en el suelo algo redondo y amarillento. Lo
levanté hasta la altura de los ojos para examinarlo mejor, era blando y húmedo.
Lo miré con detenimiento y descubrí, para mi asombro, que era un dedo humano.
Estaba despellejado por algunas zonas y quemado por otras. La razón por la que
no averigüé antes que era un dedo fue porque le faltaba la uña, y por lo que
parecía se la habían arrancado usando la fuerza bruta, aunque lo que más me
repugnó fue que el dedo todavía seguía cayendo y eso sólo podía significar dos
cosas: o el dueño del dedo seguía vivo, o lo habían matado hace poco. Tiré el
dedo con asco. Ahora sí tenía verdaderos motivos para entrar en la casa, pues
quería ver la cara de la persona que había hecho aquella atrocidad para odiarlo
con toda mi alma.
Me acerqué al muro de la casa hasta que pude tocarlo con la
nariz. Busqué la puerta, pero cuando por fin la encontré me entró el pánico y
dudé si quería ver realmente lo que había dentro, pero pensé que ya que había
llegado tan lejos no podía echarme atrás. Asomé la cabeza por el umbral de la
puerta, con miedo de lo que había al otro lado del muro. Cuando mis ojos vieron
el dorso de un hombre salpicado de sangre no pude evitar soltar un pequeño
grito de asombro. El hombre se dio la vuelta y vi como delante de él se
encontraba otra persona, la cual no se le podía distinguir apenas los rasgos de
su rostro, de lo manchado que estaba también. El hombre que se volvió llevaba
una sierra ensangrentada. La soltó, se me acercó y forcejeamos. Él sacó un
garrote que estaba tirado por allí y me dejó inconsciente.
Recuperé la conciencia, estaba atado de manos y pies a la silla
en la cual estuvo sentada la anterior víctima. Inspeccioné mi entorno para
buscar cualquier cosa que me pudiera ayudar a escapar, pero lo único cercano
que encontré fue el cadáver de mi precedente. Ahora tenía el cuello rasgado y
sin mandíbula inferior, con algunos huecos entre diente y diente, y una cuenca
del ojo vacía. El asesino volvió con una maquinaria con cuatro cuchillas y una
jeringa. La instaló en la silla e inyectó la inyección en mi cuello. Sentía
como su contenido me recorría todo el cuerpo, y me invadió una agonía y un
cansancio general. Después puso en funcionamiento el aparto y los cuchillos
empezaron a clavarse en mi piel. Primero sólo pinchaban, pero no atravesaban la
piel. De fondo escuchaba las voces de Manu y Nono en mi busca. Rezaba por que
me encontraran pero esperaba que no lo hicieran, aunque lo que más me
preocupaba era que mi agresor tuviera tan buen oído como yo y los escucharan,
porque al menos los dejaría irse en paz.
El criminal salió de la casa por motivos que no comprendía,
mientras los cuchillos comenzaron a clavarse en mi piel, hasta que la rasgaron.
Intenté chillar, gemir de dolor, pero mis músculos no me respondían, ni
siquiera tenía fuerzas para emitir ningún sonido. No obstante el dolor era el
mismo, incluso puede que lo sintiera más. Levanté mi vista hacia la puerta al
notar que la claridad que entraba por la puerta desaparecía. Al ver la razón me
desesperé y a la vez estaba eufórico. Frente a mí se encontraban atónitos Nono
y Manu. Entonces al observar sus horrorizadas caras con un aire de asco por
verme lleno de sangre, supe que corría un verdadero peligro mortal. La claridad
de la puerta oscureció todavía más y, si mis músculos de la cara no estuvieran
sedados, habría puesto mueca de horror e intentado gritar con toda mi fuerza
para avisarles del peligro que tenían detrás. Era el asesino.
Con gran agilidad, el maníaco clavó
un cuchillo en la médula de Nono. Este calló de rodillas con un ruido sordo y, antes
de desplomarse del todo, aquel loco le cortó la cabeza. Después la cogió y,
sujetándola con las manos haciendo caso omiso a la sangre que le recorría entre
las manos proveniente del cuello, abrió la mandíbula y la colocó abrazando la
piel del brazo de su compañero, Manu, el cual intentaba escapar sin éxito. La
cerró con una fuerza increíble, dejando a la vista una enorme herida. Repitió
este proceso hasta que se podía divisar en los brazos los huesos manchados de
sangre. Cayó al suelo agonizante de dolor, lamentándose de sus heridas.
Mientras presenciaba aquella horrible escena los cuchillos entraban más y más
rasgando cada músculo, cada capilar, cada vena, cada tejido que encontraba a su
paso hasta llegar a la parte sólida, el hueso, y empezó a astillarlo. El dolor
no sólo era físico, ya que, si salía vivo de esta (cosa que dudaba), no podría
volver a usar mis piernas y mis brazos. No soportaba aquella idea y la mezcla
de los dos, agonía física y mental, me hacía exaspera y, cuando vi que aquella
asquerosa persona cogía un machete y aplastaba la cabeza de Manu esparciendo
sus sesos por toda la sala salpicándome la cara, perdí toda esperanza. Rezaba
por lo que sabía que era imposible, que no me mirara y acabara conmigo, pero
sabía que era retrasar lo inevitable.
Entonces sucedió, cogió una botella
de cristal rota y se abalanzó sobre mí. Sentí como el cristal besaba mi pecho y
perforaba la piel hasta llegar al pulmón. Después de varias apuñaladas sentí
cómo me asfixiaba, el terror me corroía las entrañas. Me había perforado la
caja torácica, lo que me dificultaba la respiración. Cuando ya apenas podía
coger oxígeno me mareé y todo se volvió negro, el dolor desapareció, me sentí
vivo.
¿Estaba muerto? ¿Era este el final
de mi travesía? ¿Dónde quedaba todo? Mi familia, mis amigos, aquella persona
querida, todo el trabajo, todo el sacrificio de una vida, todas las tontas
preocupaciones. ¿Merecía la pena vivir para acabar así? Muerto a manos de un
cordero descarriado de Dios, ¿o era ese el sentido de la vida, el misterio que
nadie ha sabido descifrar? Disfrutar la vida cada instante, cada segundo,
disfrutarla para ti, sin dejar que los demás controlen tu vida con complejos
tontos, intentar tener a todos contentos pero al que más, a ti mismo. Si te
dieran a escoger entre otra persona y tú escoge tu felicidad porque no sabes
cuando se va a acabar ese gran regalo que es la vida.
Todo lo que hizo falta fue una
chispa, una chispa para avivar el fuego creído muerto, una chispa y el
asesinado se convirtió en asesino, una chispa que me hizo volver a ver la luz.
J.M.GONZÁLEZ