Copo a copo,
año tras año,
se cubre la ciudad
del insípido blanco.
No queda color
tras el asentamiento,
no queda calor
tras aprender
a desprenderse del sol.
El raciocinio que nos enseñó
la geometría del copo
nos deslumbra de ver
la venus encerrada en él,
la pista de la ladera.
La caricia ahora es fría.
Corta, que no quema,
el recuerdo de la llama.
Se congela la sierpe bombeante,
un funerario gris se apiada de la tez,
una educada mente de miedo abundante.
No más mejillas sonrosadas,
solo narices heladas.
J.M.González
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